miércoles, 18 de febrero de 2009

Envejecimiento Poblacional de los Adultos Mayores
en la República Argentina:

La Argentina es uno de los países mas envejecidos de Latinoamérica mostrando signos de su envejecimiento desde 1970.
En la actualidad presenta aproximadamente un 15 % de personas mayores de 60 años, representando las mujeres casi el 60 %.
No solo aumenta el número de personas mayores sino que, a partir de los 75 años, este crecimiento se acelera aun más.
Las personas mayores de 75 años, en nuestro país, representan un 30% de la población mayor, denominando a este grupo “vejez frágil” o “vulnerable”.
La tasa de fecundidad es de 2,4 y el índice de envejecimiento es de 47,5%.
En referencia a la situación de discapacidad en los adultos mayores, encontramos que el 28% de las personas de 65 años y más, presentan algún tipo de discapacidad, y el 37,8% (ENDI 2002) en los mayores de 75 años.
Esta situación se extiende a medida que avanza la edad, siendo la esperanza de vida para los varones en nuestro país de 71 años, y para las mujeres de 77.
La mayoría de las personas mayores presentan una sola discapacidad (63%), un (28%) dos y un (9%) tres discapacidades.



Consideraciones Generales sobre
«La Vejez y las Sociedades Modernas»

En la sociedad prehispánica los viejos eran respetados y tenían autoridad, no existían ancianos abandonados. Los conquistadores españoles trajeron una estructura familiar similar, en la que el abuelo y la abuela eran respetados y protegidos.

En la colonia y hasta la primera mitad de este siglo XX, solo los ancianos carentes de familia eran considerados menesterosos, y las Sociedades de Beneficencia los mantenían en asilos.

La llamada “modernización” margina a los ancianos. Fenómenos sociales como las migraciones masivas, desde el campo a la ciudad y desde el país al extranjero, para buscar empleo o escapar de la violencia política, han dejado a los viejos en una situación marginal y de abandono.

Las mujeres de los sectores más pobres de la sociedad, quienes tradicionalmente se ocupaban de la atención directa de niños y ancianos, han conquistado espacios laborales y nuevos papeles en la familia, que las obligan a abandonar total o parcialmente esas funciones.

Esta realidad social ha provocado la irrupción de una problemática novedosa, con conflictos y desequilibrios particulares, que requirieron y requieren de continuas adecuaciones prácticas, tanto por parte de los Estados como de los diferentes sectores de la sociedad.

La falta de una adecuación conceptual a la nueva problemática planteada por el aumento de la proporción de ancianos en el seno de las Sociedades se evidencia aún en temas centrales de la teoría sociológica, como lo es, por ejemplo, el de las clases sociales. Surge entonces el interrogante respecto a cómo definir la situación de clase de las personas que han dejado el sistema productivo. La solución más simple, y de hecho la que se utiliza con mayor frecuencia, es asignar continuidad hasta después de la jubilación, a la posición de clase prevaleciente durante el transcurso de la vida laboral.

Tal continuidad no existe, por lo menos, en la esfera económica (nivel de ingresos), ni en el plano de las relaciones sociales. Tampoco parece satisfactoria la alternativa opuesta de considerar a todas las personas mayores como una categoría social única, caracterizada por la desinserción del sistema productivo y la tributación de la seguridad social.

Para abordar la problemática social de la vejez debe considerarse el curso de vida como una dimensión general de la estructura social. En las actuales sociedades industrializadas un hecho decisivo que marca uno de los puntos de inflexión entre la adultez y la vejez es el cese de la inserción laboral, materializado a través de la jubilación. La entrada y la salida del mundo laboral plantea importantes cambios en el ciclo de vida contribuyendo a establecer las grandes transiciones en la biografía personal.

Los cambios físicos objetivos podrían hacer que a una persona le resulte más difícil seguir trabajando a medida que envejece, pero la respuesta individual a estos procesos es tan diversa, que parecería muy improbable que sea correcto establecer una edad fija para la jubilación. Pérdidas de las obligaciones laborales, disminución de las obligaciones domésticas, signan, pues, la última gran transición de la biografía personal; ponen a disposición del anciano una enorme masa de tiempo libre cuya ocupación (o no ocupación) constituirá el eje de su nueva práctica social.

La declinación de las responsabilidades y el usufructo del tiempo ocioso entran en contradicción con la normatividad implícita en las "sociedades de trabajo". Surge entonces un punto central de tensión, los cambios demográficos que acompañaron al crecimiento económico occidental fundamentado en esta ética, han generado un fenómeno sin precedentes: el envejecimiento de las poblaciones, que implica la existencia de una amplia proporción de personas mayores desvinculadas definitivamente del trabajo organizado.

Las innovaciones tecnológicas y la creatividad no sólo son el eje de la competitividad económica, sino que se trasladan a las distintas esferas del cuerpo social, determinando la conocida ecuación de saber-poder, en la que el saber se revoluciona permanentemente. Se quiebra de este modo la recuperación social del valor social de todo anciano: su sabiduría.

Tras el discurso del "merecido descanso" parecería que las sociedades modernas esconden un espacio subordinado destinado a sus ancianos, dentro de una jerarquía de edades que coloca a la adulta (productiva) en su cúspide.

La redefinición de la identidad en esta etapa del ciclo de vida implicaría, pues, incorporar este rol subalterno dentro de un orden social homogeneizado a partir de la ética del trabajo y del altísimo valor conferido a la permanente transformación del conocimiento.

Seguridad Social y familia constituyen las dos instituciones centrales para la vejez contemporánea, siendo necesario detenerse en las articulaciones entre una y otra.

A lo largo de la historia, jóvenes y ancianos, eran mantenidos dentro de los vínculos familiares.

En la fase capitalista, la participación familiar en el sostén económico de los ancianos tiende a desaparecer. La población inactiva consiste por definición en consumidores no productivos. Ellos viven de los bienes puestos a su disposición por los miembros trabajadores de la población.

La carga sigue sostenida por los adultos productivos - no podía ser de otra forma - pero mientras la de los jóvenes permanece acotada dentro del ámbito familiar, la de los ancianos se ha socializado.

La dependencia es, como se ve, un rasgo fundamental a incorporar en el análisis de la problemática social de la vejez. La salud es otra gran determinante y la invalidez, la amenaza más seria. La ecuación sintetiza la tensión entre seguridad social y familia: y en la medida que se amplían las políticas de bienestar por parte del sistema, disminuye la presión sobre el esfuerzo familiar y viceversa.

Agotada la perspectiva del trabajo productivo y suponiendo una historia de vida laboral que no permitió una acumulación importante de excedentes monetarios para su ahorro e inversión, el sostén de estos mayores debe depender del Estado.


Consideraciones Generales sobre
«La Ancianidad y El Estado»

Durante el imperio romano el límite de la vida oscilaba alrededor de los 23 años; en el siglo XIX, una mujer de 30 años se hallaba en los umbrales de la vejez, y a comienzos del siglo XX el promedio de vida no pasaba los 47 años.

Sin embargo durante los últimos años esa cifra ha ido en un aumento progresivo y notable: hacia 1930 la expectativa media para los varones sobrepasaba los 60 años, en 1940 los 63, y en 1970 los 70. En nuestros días la esperanza de vida media ha llegado a 81 años en la mujer y 75 en el varón, y la población mayor de 85 años ha crecido en los últimos 30 años un 231%.

Al igual que los niños los ancianos constituyen un grupo vulnerable que obliga a que se les de un trato preferencial, supone esto que también se les de un trato paternalista tratándose de su salud, pero, sin duda el problema de la vejez más que un problema de salud pública, es un asunto de carácter social y como tal debe ser encarado.

Corresponde, pues, no tanto al personal de salud como sí a la Sociedad y al Estado propiciar los mecanismos que brinden seguridad social a los ancianos, y les permitan que la etapa final de la existencia transcurra de una manera tranquila, ojalá viviendo de manera útil, gratificante. El bienestar y la calidad de vida se encuentran intrínsecamente relacionados con la salud, los factores socioeconómicos y el grado de interacción social.

Los seres humanos atendemos a nuestras necesidades a través de la cooperación y división social del trabajo: unos cultivan la tierra, otros fabrican vestidos y otras distintas herramientas. Durante milenios la organización colectiva ha ido evolucionando hasta llegar a un grado de perfeccionamiento tal, que hasta los mismos individuos que la forman desconocen hoy su funcionamiento pormenorizado. Vemos una parte del sistema, pero hay muchos rincones que se nos escapan. No hemos alcanzado un grado de cohesión total, de forma que muchas personas están desarraigadas de la comunidad, y en cierto modo el alto sentido de individuos que tenemos cada uno, se consigue al precio de olvidarnos de los lazos que nos unen a todos y que nos hacen depender los unos de los otros. Hemos dejado atrás tiempos muy distintos, como aquellos en que en Atenas era una "impiedad" no interesarse por los asuntos públicos de una ciudad que se dirigía por la asamblea de ciudadanos, o bien aquellas civilizaciones cerradas en los que cualquier miembro sabía como funcionaba la totalidad de la tribu.

En el pasado la suerte de los ancianos dependía de las penurias del pueblo y de las costumbres que se instauraban. Algunas tribus antiguas del Japón, los ainu, maltrataban a los viejos como también los padres a sus hijos: las bocas parásitas en una situación de frío y pobreza acuciante explicaba en parte ese comportamiento.

En cambio, otras culturas igualmente precarias tendían lazos afectuosos entre padres e hijos y cuidaban de los viejos. Unas veces se ha valorado la experiencia de la edad, otras, en las que la sociedad vivía al día, se ha visto al anciano como un fardo insoportable. En todas estas situaciones, como puede observarse, "vejez" no ha significado lo mismo.

El régimen de prestaciones a la vejez tiene sus propias normas económicas, que a su vez tratan de justificarse por un lado en las necesidades del país (los economistas se quejan del peso de las clases pasivas para el avance económico, pidiendo que se sacrifiquen para que luego se beneficien del progreso de la economía gracias a lo que se hace con la inversión de lo que se les niega). Por lo tanto, es natural y necesario que se instrumenten recursos de solidaridad con las clases pasivas, a las que se les pide tal pasividad en nombre del progreso común de la Comunidad.

Este desequilibrio, desventaja del viejo, que siendo humano depende de un sistema de solidaridad social que le escatima su generosidad, necesita ser corregido para que las reglas del juego de la comunidad sean aceptables para todos. Nuestro mundo es de socios, mundo social, y en él estamos rodeados de las posibilidades y realidades que nos envuelven. Nuestra vida se hace impensable sin un entorno que la alimente y proporcione una razón de ser. El sentido de nuestra vida, el placer y la satisfacción, dependen del hilo de nuestras relaciones con los demás. De ese ir y volver de los otros a nuestros deseos y de estos a los otros.


Políticas sobre Envejecimiento:

Consideraciones sobre la Estrategia Regional de implementación para América Latina y el Caribe, del Plan de Acción Internacional de Madrid sobre Envejecimiento:

La Estrategia regional de implementación para América Latina y el Caribe del Plan de Acción Internacional de Madrid sobre el Envejecimiento, plantea metas y recomendaciones para la adopción de medidas en favor de las personas mayores en cada una de las tres áreas prioritarias acordadas en el Plan Madrid (2002).

Constituye un marco de referencia regional que los países deben adaptar a sus realidades nacionales con el fin de responder eficazmente a las necesidades e intereses de las personas mayores, propiciando de esta manera la creación de condiciones que favorezcan un envejecimiento individual y colectivo con seguridad y dignidad.

En el documento se plantean recomendaciones en tres áreas prioritarias, a saber:

Personas de edad y desarrollo:

1. protección de los derechos humanos de las personas mayores.
2. acceso al empleo decente y al crédito para microemprendimientos.
3. inclusión laboral formal de las personas mayores.
4. mejoramiento de la cobertura de pensiones contributivas y no contributivas.
5. creación de condiciones para la participación en la vejez.
6. acceso a la educación durante toda la vida.

Salud y bienestar en la vejez

1. cobertura universal de los servicios de salud.
2. servicios integrales de salud que respondan a las necesidades de las personas mayores.
3. promoción de conductas y ambientes saludables mediante programas sectoriales.
4. aprobación de normas para los servicios de largo plazo.
5. formación de recursos humanos.
6. seguimiento del estado de salud de las personas mayores.

Entornos propicios y favorables

1. adaptación del entorno físico para una vida independiente en la vejez.
2. apoyo a la sostenibilidad y adecuación de los sistemas de apoyo.
3. promoción de una imagen positiva en la vejez.


Extractado de “Población, Envejecimiento y Desarrollo”
(Trigésimo período de sesiones de la CEPAL,
San Juan, Puerto Rico, 28 de junio al 2 de julio de 2004)